Del Metaverso de Zuckerberg y otras cosas mundanas (Accesibilidad)

Para empezar a meditar sobre ello, quizás conviene, para quienes no somos expertos, conocer un poco de manera relativamente comprensible qué es esto de los Metaversos: Los metaversos son entornos donde los humanos interactúan social y económicamente como avatares, a través de un soporte lógico en un ciberespacio, el que actúa como una metáfora del mundo real, pero sin las limitaciones físicas o económicas allí impuestas. Hasta ahora se han identificado usos aplicados de los metaversos en el terreno del entretenimiento, la teleeducación, la telesalud y especialmente en el campo de la economía digital.

 

El término metaverso tiene su origen en la novela Snow Crash publicada en 1992 por Neal Stephenson, que recrea un universo consensuado basado en nuestro propio universo (Stephenson 1993, p.25). En la novela el término metaverso hace referencia a un mundo virtual ficticio​ o un espacio virtual colectivo y compartido con frecuencia creado por convergencia y compatibilización con un aspecto de la realidad externa”. (Wikipedia)

 

En esencia, un metaverso sería un mundo virtual al que podremos conectarnos a través de dispositivos externos, como gafas de RV. De esta forma esteremos inmersos en él, tendremos la sensación real de estar dentro. Nuestro mundo habitual desaparece. Te creas tu alter ego en el Metaverso, un personaje o avatar, y te adentras en ese mundo a vivir. Podremos interactuar con todos sus elementos, gracias a nuestras gafas RV, guantes o trajes conectados que lo permitirán. No, no es una ficción, ni la última película de Spielberg.

 

Como vemos, el Metaverso no es algo nuevo. Sí lo es para el ciudadano corriente, que suele descubrir lo que le afecta cuando ya le afecta, sin haber detectado su llegada.

 

Ahora, Zuckerberg acaba de anunciar su apuesta por el Universo Meta, de forma mediática y ampulosa, hasta el punto de cambiar su marca Facebook por la de Meta. Si bien el Metaverso que ha anunciado Zuckerberg no es un concepto nuevo, como hemos comentado anteriormente, basta que uno de los grandes (Facebook, Microsoft, Amazon, Nvidia…) lo tome como bandera para que todos, dentro de unos años, queramos o no, nos veamos inmersos en un nuevo universo desde donde compraremos, estudiaremos, haremos nuestros trámite administrativos, financieros o legales, y nos relacionaremos. Porque basta que uno de los grandes apueste por ello, para que los otros grandes le sigan la estela. Ya pasó antes con la aparición de las tarjetas de crédito, que abocará en breve con la desaparición del dinero físico; con el comercio electrónico, con mayor cuota año a año; o con las oficinas físicas de viajes, que tiene sus días contados.

 

Lo anunciado como gran revolución por Zuckerberg no es sino el camino lógico al que ya estamos yendo desde hace tiempo, sin darnos cuenta. El mundo físico, que actualmente está siendo complementado con elementos de tecnología avanzada como fase intermedia, va a pasar a convertirse en gran medida en universo virtual. El futuro de cualquier iniciativa, bien sean empresarial, educativa, científica y/o de ocio va a verse afectada en su totalidad por la nueva era de los llamados Metaversos.

 

Pero cuidado con lo que hacemos, si no lo hacemos (o hacen) bien, integrando la accesibilidad y usabilidad como base. Porque los nuevos universos virtuales con la generación masiva de productos y servicios para ellos pueden dejar fuera de juego a más millones de personas que nunca. Ciudadanos mayores, ciudadanos con escasa formación, ciudadanos con tiempo limitado para adaptarse al cambio, y por supuesto, los millones de personas con discapacidad. Aprendamos de la experiencia que tenemos ya para hacer las cosas bien. Al construir los mundos virtuales, contemplemos de inicio la accesibilidad, no caigamos en los mismos errores que hemos cometido y seguimos cometiendo en el mundo físico, y cometemos y seguimos cometiendo con las webs y los servicios digitales desarrollados en internet. En caso contrario, dentro de 10, 15 o 20 años no nos quejemos del universo “inaccesible”, con el consabido coste económico y social.

 

Me pregunto, ¿tenemos motivos para ser optimistas, cuando en nuestro mundo de a pie actual todavía no hemos sido capaces de hacer algo tan simple como rebajar todas las aceras de nuestras ciudades, o hacer las webs accesibles?.

 

Una sociedad avanzada sólo puede considerarse así cuando dirige y gestiona sus recursos, públicos y privados, hacia el mayor bienestar de todos sus ciudadanos, independientemente de su religión, sexo, procedencia, formación o condiciones funcionales, en cualquiera de sus aspectos. Y una sociedad sólo puede considerarse justa cuando busca y persigue la igualdad de oportunidades igualmente de todos sus ciudadanos en todos los ámbitos de la sociedad que compartimos. La obligación de lograr una sociedad más justa e igualitaria, sin dejar espacio a la marginación de ningún colectivo humano, compete tanto a los sectores públicos como a los privados que conocen de su potencial, y también del peligro, de las nuevas tecnologías en la confección de la nueva estructura social. La necesidad de accesibilidad digital se presenta, pues, imprescindible.

 

Es por este motivo que cuando los grandes gurús de las tecnológicas diseñan nuevos universos de tal impacto social, pueden provocar también la mayor brecha social producida hasta ahora. La capacidad de adaptación de las poblaciones senior a la rapidez de los cambios tecnológicos es muy limitada, y se agrava exponencialmente cuando hablamos de personas con discapacidad.

 

Nos preguntaremos, con razón, que alguien debe protegernos ante este riesgo. Sin duda. Para ello se debe legislar, y establecer los medios para cumplir lo legislado. No seré yo quien lo niegue. Ahora bien, también es entendible, visto lo visto, que nos digamos: ¿Confiar en los sistemas públicos que legislan para el ciudadano, que trabajan a muy distinta velocidad que el sector tecnológico?. ¿Confiar en los poderes judiciales, con su exacerbante lentitud?. Desde luego, si nada cambia, creo que mejor será intentar hacerse amigo de Zuckerberg, Bezos, Sundar Pichai o Satya Nadella y convencerles de, si aún no se han dado cuenta, incrementar el beneficio social y el beneficio económico a través de la accesibilidad y usabilidad en sus desarrollos. Porque, seamos sinceros, la legislación que debe contemplar y obligar a la accesibilidad y usabilidad tecnológica, de manera global en todo el mundo, está a años luz. Y me temo que será así por mucho tiempo.

 

La invasión invisible de los Metaversos, me da la impresión, se va a producir de forma similar a la invasión invisible del mundo IoT. Es decir, sin darnos cuenta, sin ser capaz de detectarlo. Construido a espaldas del ciudadano, y sin analizar las necesidades y particularidades funcionales y sociales de las personas. Y eso conlleva grandes y graves riesgos de carencias en cuanto a la accesibilidad y usabilidad. El Metaverso de Zuckerberg no deja de tener connotaciones parecidas al universo invisible del IoT que nos está envolviendo, con sus riesgos de falta de accesibilidad en productos, de impacto en nuestras vidas, y del peligro sobre nuestra privacidad.

 

No nos estamos dando cuenta, pero vivimos una transformación nunca vista de nuestros entornos domésticos y sociales. En los últimos diez años hemos empezado a llenar nuestras casas y ciudades de elementos inteligentes cuya función, en teoría, es dotarnos de una vida más fácil, y ahorrarnos tiempo. Dispositivos que ahora, además, pueden conectarse a internet y, ¡oh, milagro!, entre ellos, entre ellos y nuestro reloj inteligente, o entre ellos y nuestro teléfono inteligente. Todo esto y mucho más es el ecosistema de IoT. Podemos hablar con nuestra televisión, nuestro equipo de música, nuestro altavoz inteligente, y éste con nuestras bombillas o nuestro aspirador. Y todo ello nos lo estamos encontrando de golpe el consumidor o ciudadano normal en los últimos años, y sin querer, como decía Serrat en su canción “Fue caprichoso el azar”; salvo que aquí no hay nada de azar, y sí algo muy bien pensado por las grandes digitales. Dentro de poco tiempo, también nuestra casa nos reconocerá, adaptará la temperatura a nuestras preferencias, arrancará electrodomésticos a horas programadas sin mandatos diarios, y apagará todo al acostarnos. Pero olvidamos que ningún avance tecnológico es relevante a nivel global mientras la mayoría de las personas no puedan disfrutar de él de manera igualitaria. Pronto empezaremos a oír hablar de la Inteligencia Artificial de las Cosas (AIoT), donde la innovación vendrá porque serán capaces de aprender continuamente con el uso autónomo, siendo cada vez más inteligentes. Es urgente que los conceptos filosóficos imprescindibles del IoT, transparencia, sencillez, accesibilidad y usabilidad, se hagan realidad.

 

Pero, ¿Quién garantiza la accesibilidad y usabilidad de estos productos y servicios, de este ecosistema IoT en definitiva?. ¿Nuestros legisladores?. ¿Nuestros sistemas impositivos de sanciones, de cada país, y de los grandes bloques económico-sociales como la UE, por vulnerar derechos ciudadanos básicos de igualdad?. Pues me da que no, me da que Zuckerberg, Bezos, Pichai o Nadella, entre otros, corren carreras distintas. Estos compiten en la Fórmula 1, y nuestros sistemas políticos y legislativos en carreras populares. Garantizar los derechos llegará, sin duda, y se logrará un gran nivel de accesibilidad y usabilidad; al menos hay que esperarlo. Pero en tanto llega, probablemente hayamos dejado a millones de personas descolgados en el acceso en igualdad de condiciones a los nuevos mundos virtuales, en ámbitos especialmente sensibles y esenciales (educación, justicia, laboral o administración pública), además del propio sistema de consumo.

 

La situación es preocupante, pero no desesperada. Los avances tecnológicos siempre incorporan beneficios, sin duda; avances sociales, científicos y medioambientales, tan de moda. Pero siguen dejando muchos heridos, cuando no muertos, por el camino, por la brecha digital y social que siguen creando entre capas vulnerables de la población, entre ellas personas con discapacidad y un porcentaje elevadísimo de seniors y mayores. También es cierto que bastantes menos heridos y muertos que hace 30 años, donde el medio en el que nos desenvolvíamos era exclusivamente físico, y las barreras insalvables para esta población vulnerable, en todos los ámbitos: doméstico, comunitario, en la ciudad, en la sanidad, en la educación o en el ocio. Hoy, cuando menos, vivimos en un mundo híbrido entre lo físico y lo virtual; y cada vez tenemos más soluciones tecnológicas que, cuando menos, alivian esa brecha social en muchos ciudadanos (personas ciegas, con discapacidad auditivas, graves limitaciones de movilidad, cognitivas…). Otro cantar es que se usen, o que los poderes públicos obliguen a usarlas en todo servicio público o privado esencial; porque esos derechos, en las leyes y Convenciones internacionales, están.

 

Pero con la presumible invasión de los Metaversos vamos a entrar en otra dimensión. Sin duda, el mundo de los Metaversos va a tener muchas posibilidades sociales y económicas, pero todo dependerá de la voluntad que haya para crearlo, del camino que se siga para hacerlo, y de lo accesible que sean para todos. Porque esa es otra de las claves, que todos podamos disfrutar de él, para lo cual la accesibilidad y usabilidad deben venir de serie y desde ya.

 

En 2019, la Unión Europea aprobó la “DIRECTIVA (UE) 2019/882 DEL PARLAMENTO EUROPEO Y DEL CONSEJO sobre los requisitos de accesibilidad de los productos y servicios”. Lo que el colectivo de asociaciones de personas con discapacidad denomina Acta de accesibilidad de la UE. Que, como era de esperar, deja en el aire muchas cosas, y desde luego a los universos virtuales. A partir del 2025 será obligatoria en todo su articulado para los países europeos. Y para cuando llegue ese 2025, Zuckerberg y sus amigos ya nos habrán desembarcado con sus Metaversos y estarán diseñando sus siguientes inventos.

 

Juan Carlos Ramiro Iglesias
CEO de AISTE
Ex-Director General CENTAC
Experto en Tecnologías Accesibles y Proyectos Sociales